El enorme error del retorno a la oficina

Cada vez son más las compañías que se arrepienten de haber puesto en marcha políticas para el retorno a la oficina, el ya conocido como RTO o Return To Office, de sus trabajadores tras la pandemia.

Mientras compañías como Meta o como Zoom, uno de los artífices del movimiento hacia el trabajo distribuido, imponen a sus empleados algunos días de presencia obligatoria en la oficina y llevan a algunos a afirmar que el trabajo distribuido está muerto, otras empresas van dándose cuenta de que la realidad de trabajar ocho horas en un edificio de oficinas resulta completamente obsoleta tras haber comprobado que el trabajo se puede llevar a cabo de maneras mucho más racionales, y ven cómo sus trabajadores se rebelan contra ello anunciando dimisiones y protestas de todo tipo.

La batalla por la vuelta a la oficina solo está comenzando, y las compañías que obligan a sus trabajadores a hacer tal cosa se encuentran con la evidencia de que esa decisión responde únicamente a la existencia de una cultura de trabajo obsoleta, y de que, además, la decisión va radicalmente en contra de todo tipo de política responsable. La vuelta a la oficina es un desastre medioambiental: volver a un pasado de coches retenidos en interminables atascos, generando contaminación y frustración en trabajadores que ya experimentaron las posibilidades del trabajo distribuido es simplemente demencial, propio de directivos desactualizados que se confiesan incapaces de cambiar su cultura más allá del presencialismo.

La inmensa mayoría de los trabajadores no quieren volver a la oficina, y aquellos que de verdad pueden moverse por estar en alta demanda rechazan trabajar en las compañías que pretenden obligarles a ello. Eso genera un «efecto Mar Muerto» que hace que las compañías se queden únicamente con aquellos trabajadores resignados que no ven posibilidades de moverse en el mercado, generando entornos de trabajo empobrecidos en talento. Con los trabajadores más jóvenes pasa exactamente lo mismo: muchos condicionan el atractivo de un puesto de trabajo a la posibilidad de que permita el trabajo distribuido.

Mientras algunas compañías pretenden difundir la idea de que el trabajo distribuido genera productividades menores o falta de innovación, la realidad nos dice que lo que ocurre es que no se puede evaluar el trabajo distribuido con las mismas variables que se utilizaban anteriormente, y que un cambio de semejante dimensión y tan positivo para todos los implicados (y para el planeta) requiere un cambio cultural completo, que muchas compañías y la panda de inútiles que tienen como directivos están siendo incapaces siquiera de imaginar. Esas compañías, simplemente, pierden atractivo a la hora de atraer talento, con todo lo que ello conlleva.

El trabajo distribuido no tiene, en modo alguno, que significar menos trabajo o menos innovación. Si se hace bien, de hecho, implica lo contrario: empleados más satisfechos y motivados, que perciben una cultura de confianza que les permite conciliar mejor, y que, con las herramientas adecuadas, les lleva a sentirse mucho más útiles. Las culturas que promueven la vuelta a la oficina por encima de todo son, simplemente, propias de compañías obsoletas, que terminarán pagando el error que supone forzar a sus trabajadores a hacer algo que no quieren hacer. ¿Quieres arruinar tu compañía en el medio plazo? Pues dedícate a fastidiar y a martirizar a tus trabajadores obligándoles a meterse en un atasco por la mañana y en otro más por la tarde, en lugar de darles la libertad de trabajar desde donde quieran. Y ya verás qué bien te va.

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