Si hace algunos meses escribía sobre la huída de compañías aseguradoras dedicadas al aseguramiento de hogar en California debido a los cada vez más frecuentes y virulentos incendios forestales, ahora es la costa opuesta de los Estados Unidos, Florida, la que experimenta un fenómeno similar: aseguradoras que quiebran debido al incremento en la frecuencia de huracanes y tormentas que provocan daños en numerosas propiedades.
Cuando un pilar necesario de la sociedad como las aseguradoras, encargadas de protegernos de todo tipo de eventualidades, dejan de hacer su función porque matemáticamente no les resulta sostenible, es un síntoma de un problema de fondo muy importante. La reciente bancarrota de United Property and Casualty, con 159,170 pólizas activas y un 2.5% de cuota de mercado en el estado, ha dejado a muchos propietarios con sus casas destrozadas y sin cobertura, a pesar de haber pagado puntualmente sus recibos.
Un estado cuyo gobierno conservador prohibió no oficialmente el uso de las palabras «cambio climático» y «calentamiento global» en documentos oficiales, se encuentra ahora con que el incremento de los costes de unos desastres naturales cada vez más frecuentes y cada vez más intensos debidos a ese cambio climático que según ellos «no existía» deja a su población completamente desprotegida, con un impacto que se ceba además con los más desfavorecidos.
La naciente ciencia de la atribución climática demuestra fehacientemente hasta qué punto la emergencia climática está vinculada con esa frecuencia cada vez mayor de desastres naturales: entre otras cosas, huracanes cada vez más potentes que afectarán a cada vez más zonas del planeta. La temporada de huracanes en Florida de este 2023 ha llevado a los meteorólogos a revisar sus predicciones, originalmente optimistas, y a anunciar una estación muy activa que volverá a generar importantes daños que las aseguradoras que mantengan su presencia en ese mercado tendrán que afrontar.
A medida que se incrementa la factura de los desastres naturales en todo el mundo, vamos viendo las consecuencias de haber pasado años negando la emergencia climática y manteniendo una actitud completamente pasiva al respecto. En el año 2022, la factura que las aseguradoras tuvieron que pagar a nivel mundial para compensar daños provocados por desastres naturales fue de 115,000 millones de dólares, un 42% más elevada que la media de los últimos diez años.
Un problema importantísimo a todos los niveles, que va a provocar migraciones masivas de personas y compañías que ya no pueden plantearse vivir en determinadas zonas en las que la frecuencia de inundaciones, tormentas, huracanes, incendios, olas de calor y otros desastres climáticos se hace tan elevada, que las convierte en imposibles de asegurar. Oleadas de refugiados climáticos a los que habrá que dar asilo en otras zonas, con todo lo que ello conlleva.
Sigamos sin plantearnos cambios radicales en nuestro estilo de vida, y ya veremos qué bien, cómo nos va en una lotería en la que las probabilidades de que un desastre natural te afecte a ti, a los tuyos o a tus propiedades se incrementan día a día. Sigamos alentando escepticismos populistas, políticas de avestruz y negacionismos estúpidos, hasta que ya no queden grados de libertad en la ecuación climática. Tranquilos, que no pasa nada.