En las recientes discusiones sobre si el trabajo distribuido debe sobrevivir a la pandemia que lo originó o, por el contrario, debemos volver a la rutina de oficina de nueve a cinco, hay una evidencia cada vez más clara: la pandemis demostró fehacientemente que ahora, la madurez de la tecnología permite otra forma de trabajar mucho más conveniente y adecuada para muchas personas, y por tanto, las oficinas deben adaptarse a ello.
Obviamente, hablamos de las personas cuyo trabajo puede, como tal, ser desarrollado de forma remota: por tanto, no de las que desarrollan su trabajo con herramientas o máquinas especializadas, o de las que están de cara al público. Pero aún salvando esa cuestión evidente, hablamos de un porcentaje muy elevado de trabajadores que sí pueden desarrolla la inmensa mayoría de su trabajo desde sus casas o desde donde lo estimen oportuno, y que si las compañías quieren que vuelvan a la oficina, necesitarán una razón convincente para ello.
¿Cuáles son las razones que las compañía aducen para volver a la oficina? Por supuesto, ya no hablan de mayor productividad, porque se ha demostrado fehacientemente que ésta es mayor cuando el trabajador lleva a cabo su trabajo con mayor comodidad y, sobre todo, no tiene que perder el tiempo desplazándose al trabajo, sino razones de tipo cultura corporativa, cohesión y sentimiento de grupo, o incluso capacidad de innovación (en realidad un mito, pero muy arraigado). Es decir, básicamente: ven a trabajar porque tienes que ver a tus compañeros y evitar sentirte desconectado de la compañía. En la práctica, distintas formas de decir «ven a trabajar porque si no, no te veo y no estoy seguro de lo que haces», un patético presentismo heredado de los talleres de la Revolución Industrial, que evidencia que lo mejor sería jubilar a esos directivos obsoletos y dejar a los trabajadores que escojan cómo y desde dónde hacer su trabajo.
En cualquier caso, lo que sí parece claro es que si nos empeñamos en llevar de vuelta a los trabajadores a la oficina, en ningún caso debería ser para sentarlos en una silla, en un cubículo o en un despacho y que hagan lo que podrían estar haciendo mucho mejor en sus casas. La presencia en la oficina debería, claramente, tener otra función. Y esa función no es ni más ni menos que la de la socialización: ir a la oficina para ver a otras personas, hablar y relacionarse con ellos.
Eso convierte a la oficina en un lugar muy distinto al que era: fuera los puestos asignados para que una persona se siente y se concentre trabajando, porque eso lo hará mejor en su casa, y rediseñemos las oficinas en forma casi de cafeterías, de lugares comunes para interactuar o de salas de reuniones y espacios capaces de satisfacer cualquier necesidad, sea la de ver a un cliente, la de reunirse con compañeros o la de posibilitar reuniones mixtas con personas que están presentes junto con otras en telepresencia.
Un reto arquitectónico y de diseño que llevamos ya más de dos años viendo venir, pero que muy pocas compañías se están planteando: el RTO, o Return-To-Office, tiene connotaciones muy distintas para los directivos obsoletos, que lo ven como «volved aquí y sigamos trabajando como antes de la pandemia», y para los trabajadores, que lo entienden como «ahora trabajo en casa y cuando voy a la oficina es para ver a mis compañeros, reunirme, o hacer cosas que tiene más sentido hacer allí».
A partir de ahí, las compañías se dividirán entre las «nostálgicas», en modo «quiero a mis trabajadores donde los puedo ver y controlar el mayor tiempo posible», que fracasarán y se convertirán en sitios poco atractivos para el talento, y en otras que asumirán que la oficina ha cambiado y que ahora se trata de tener en ella un tipo de actividad muy diferente al de las personas sentadas con la cabeza mirando a una pantalla y las manos en un teclado. Eso permite que, con un simple vistazo a los cambios arquitectónicos en la sede de tu compañía, puedas rápidamente saber si estás en la compañía adecuada, o debes ir pensando en cambiar de aires y llevar tu talento a otro sitio donde lo aprecien mejor. Salvo que consideres que no tienes ningún talento especial que ofrecer, claro, en cuyo caso te tocará o bien plantearte adquirirlo, o bien resignarte a ser, más tarde o más temprano, sustituido por un algoritmo…