Microsoft afronta una nueva investigación de las autoridades antimonopolio de la Unión Europea derivada de la decisión tomada durante la pandemia por la compañía de vincular su software de videoconferencia Teams tanto a su suite ofimática Office, como a Windows 11, en donde se instala de manera inseparable y ocupa un lugar en la barra de tareas.
El caso rememora literalmente lo sucedido hace años con Internet Explorer, el navegador que Microsoft decidió incluir gratuitamente en Windows al principio de la popularización de internet, un movimiento gracias al cual terminó con un competidor, Netscape, y logró una posición de supremacía temporal en el mercado de navegadores. Ese caso, uno de los más estudiados en legislación antimonopolio, pudo incluso llegar a terminar con la obligación de escindir la compañía en varias subsidiarias, algo que finalmente no sucedió.
La estrategia de bundling, incluir productos en un lote de manera que su comercialización se convierta en inseparable, ha sido utilizada en numerosas ocasiones por parte de Microsoft. Hubo, de hecho, una época en la que resultaba imposible adquirir un ordenador que no viniese con Windows instalado, algo que irritaba soberanamente a quienes querían instalar otro sistema operativo y que no querían, en consecuencia, pagar por esa licencia.
Resulta extremadamente evidente que la decisión de Microsoft de facilitar el acceso a todo tipo de consumidores a Teams cuando comenzó la pandemia fue una reacción competitiva al fuerte crecimiento de herramientas como Zoom, y que la compañía fue capaz, gracias a su predominio en el mercado de las suites ofimáticas y a su posición competitiva en el mercado corporativo, de lograr grandes beneficios derivados de esa inclusión. Al incluir su producto en Office y en Windows, Microsoft se benefició del uso de Windows y Office como canal de distribución directa que le permitía llegar al usuario inmediatamente, una ventaja que otras aplicaciones competidoras no podían replicar. A ojos del usuario, tener que descargarse e instalarse una nueva aplicación cuando hay otra, mejor o peor pero gratuita, que Microsoft ha hecho aparecer «mágicamente» en su ordenador, supone una distorsión del mercado y un potencial comportamiento abusivo.
A partir de ahí, la cuestión es clara: dado que el bundling es una estrategia habitual en muchas compañías tecnológicas, las autoridades antimonopolio no intentan perseguirlas todas, sino únicamente aquellas que estén, en realidad, aprovechando una posición de supremacía en el mercado. Que Apple, por ejemplo, incluya su suite ofimática en su sistema operativo no genera ningún problema de monopolio, dado que sus ordenadores poseen una cuota de mercado de un 8.6%, y el hecho de que esa cuota sea creciente mientras el mercado experimenta un crecimiento negativo tampoco afecta a esa decisión.
El caso de Microsoft, en cambio, es sensiblemente diferente: el predominio de la compañía en el mercado de las suites ofimáticas es de más de un 89%, lo que convierte el movimiento de incluir un producto en ella a una acción potencialmente sancionable por las autoridades antimonopolio. Básicamente, no ofende a las autoridades el que quiere, sino el que puede.
Al incluir Teams en Office o en Windows, Microsoft podría haber afectado a las posibilidades competitivas de compañías como Slack (independiente en su momento, ahora parte de Salesforce), que denunció el movimiento en 2020, o de Zoom. La oferta posterior de Microsoft el pasado abril de dejar de incluir Teams con Office con el fin de evitar la investigación es obviamente una respuesta a la misma, pero no impide que la compañía se aprovechara en su momento de su situación de dominio, que generase una ventaja competitiva abusiva gracias a ella que pudo influir en la configuración de ese mercado, y que, por tanto, pueda terminar recibiendo una sanción derivada de ello.