El llamado «gas natural«, que en realidad debería ser denominado metano en función de su composición pero que obtiene una percepción y connotaciones muchísimo más positivas en los consumidores cuando se etiqueta con ese nombre, es un combustible fósil, un hidrocarburo que muchos pretenden vender como «más limpio» que el carbón, gasoil o gasolina.
La realidad es que el metano, lo llamemos como lo llamemos, es un poderoso gas de efecto invernadero, tanto durante su extracción como durante su producción, transporte y procesamiento. En realidad, el metano es unas treinta veces más efectivo que el dióxido de carbono a la hora de atrapar el calor en la atmósfera durante un período de 100 años, y las fugas de metano son además constantes y tienen lugar en varias etapas de su cadena de suministro, desde las emisiones en boca de pozo durante la perforación y extracción, hasta las muy habituales fugas durante el transporte y la distribución.
Ahora, un artículo publicado en Environmental Research Letters viene a demostrar lo que ya sabíamos: que el gas natural no es una fuente de energía más limpia en comparación con el carbón o con el petróleo. El estudio, que se centra en las tasas de fuga de metano en el mundo real (que van desde el 0.65% hasta un alucinante 66.2%), tiene en cuenta las emisiones del ciclo de vida completo del gas, y llega a la conclusión de que las emisiones de gases de efecto invernadero del gas natural pueden ser iguales o incluso superiores a las del combustible más contaminante, el carbón.
Las conclusiones plantean serias preocupaciones sobre el impacto climático del uso de gas, y sobre todo, ponen en duda su papel como la llamada «energía de transición» en la búsqueda de una energía más limpia y sostenible. La inclusión del gas en la llamada «taxonomía verde» por el Parlamento Europeo es por tanto un absoluto fraude y un engaño a políticos y ciudadanos.
Ciudades como Nueva York, por ejemplo, han declarado ya ilegal que los edificios de nueva construcción tenga conexión a redes de transporte de gas: deberán ser necesariamente eléctricos en su integridad. La alternativa para calefacción, las instalaciones de bomba de calor, también conocidas en Europa como aerotermia, están ya en paridad de coste con los calentadores de gas por primera vez, y son el reemplazo natural: pocas cosas me dieron más tranquilidad mental que desenganchar en mi casa la tubería del gas, no solo por dejar de pagar su elevada factura, sino también por dejar de manejar una sustancia peligrosa, inflamable y que produce numerosos accidentes cada año.
Las instalaciones de bombas de calor superaron en número a las de calentadores de gas en los Estados Unidos por primera vez en el año 2022, y la tendencia parece destinada a incrementarse. En Europa, la crisis del gas ruso ha elevado el interés por este tipo de tecnología, y se trabaja en todos los países en planes de incentivos y subvenciones que incrementen su adopción.
Que no te engañen con terminología ni con clasificaciones: el gas, aunque lo llamemos «gas natural» para que suene más bonito, es un combustible fósil tan sucio como todos los demás, y debemos plantearnos el librarnos de él lo antes posible. Y además, es tecnológicamente viable hacerlo.