Ya están aquí…

Escribí sobre ello hace no mucho tiempo: los avances de la algoritmia generativa y su aplicación a interfaces como asistentes en pantalla, chats, etc. eran solo un avance de lo que íbamos a ver cuando esa algoritmia se aplicase a la robótica.

A mediados del pasado julio, Google presentó PaLM 2, una iteración más de su Pathways Language Model que lleva a cabo de manera especialmente brillante tareas de razonamiento avanzado como operaciones con matemáticas o con código, clasificación y respuesta a preguntas, traducción y dominio multilingüe, y generación de lenguaje natural. Incorporado a un robot, una de sus características más sobresalientes es su enorme destreza, lo que denominaríamos en humanos la psicomotricidad fina: equipadas con sensores, cámaras y actuadores, las manos del robot son capaces de realizar movimientos extremadamente intrincados y manipular objetos con gran delicadeza. Este nivel de destreza permite al robot realizar tareas antes estaban reservadas para humanos: desde ensamblar pequeños componentes electrónicos a operar maquinaria, o incluso cocinar recetas complicadas.

Además, puede interactuar con personas de manera completamente natural, desarrollando conversaciones como ya lo hacen muchos LLM, respondiendo a comandos de voz y proporcionando información en función del contexto.

La llegada de esta nueva generación de la robótica plantea más que nunca la gran pregunta: ¿a qué se van a dedicar los trabajadores humanos? Cada vez son más los desarrollos que nos acercan a esa idea del robot capaz no simplemente de ser programado para hacer unos movimientos determinados, sino suficientemente sensible como para captar toda la información de su entorno y actuar de una manera y otra en función del contexto. Y no pensemos simplemente en un robot humanoide, que los veremos pronto y por todas partes: planteémonos qué ocurre cuando los algoritmos generativos se incorporan a absolutamente todas las plataformas, como Intel anuncia que hará a partir de ahora, y todas las máquinas, incluyendo los hasta ahora relativamente simples robots de almacén, se convierten en máquinas sensibles al contexto, que saben perfectamente si lo que tienen delante es un objeto inmóvil o una persona, y actúan en consecuencia bien rodeándolo, o pidiéndole «amablemente» que se mueva.

Nos disponemos a entrar en una generación de la tecnología en la que cada vez más máquinas de todo tipo estarán completamente sensorizadas y serán suficientemente sensibles al contexto como para actuar de la manera adecuada, sin las rigideces que habitualmente les atribuíamos. Si la algoritmia generativa, en sus inicios, amenazaba los puestos de trabajo de quienes trabajaban frente a un teclado y una pantalla, su incorporación a la robótica en todas las escalas e industrias amenaza los trabajos físicos, los que desarrollan muchas personas en su día a día, desde el ya amenazado almacenero al recolector, el que ensambla componentes, el que te atiende en un mostrador o en una mesa… todos.

El argumento de que la tecnología sustituiría los trabajos aburridos, deshumanizantes, peligrosos, sucios, etc. pierde su esencia: sustituirá todos los trabajos, incluso los que requieren niveles de creatividad o de inteligencia elevados. Según los investigadores, serán hasta el 80 % de los trabajadores de todo tipo en los Estados Unidos los que podrían verse afectados por los algoritmos generativos en un 10% o más de sus tareas: para el 19% de los trabajadores, esto representará la mitad de su trabajo o más, con los trabajos de mayores ingresos como los más afectados. Estamos, posiblemente, ante el cambio más importante en nuestra sociedad en toda su historia, el que determinará cómo pasamos a entender la idea de trabajo cuando la mayoría de ellos los puede desarrollar una máquina de forma más barata y eficiente que una persona.

Estamos como en Poltergeist: delante de la televisión sin sintonizar, y diciendo eso de «ya están aquí«… No, no es malo, no es negativo, no lo vamos a prohibir, ni a regular de manera que no ocurra. Es, simplemente, inevitable. O desarrollamos una forma de distribuir la riqueza que se adapte a esos nuevos tiempos que ya están aquí, o tendremos un problema muy serio. Y no será un problema de la tecnología: será completamente nuestro.

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